mercoledì 16 marzo 2011

La antigua figura del elefante

La Dama es una criatura hermosa, siempre lo he dicho.

Su piel, sus ojos, hacen que Alejandro abandone a los macedonios para siempre y entregue su imperio rogando y jurando nunca volver a las armas. Sus manos y sus besos, pretenden la decapitación de Cerbero y la inclusión voluntaria a la barca del Caronte de Alighieri.

Yo mismo me considero perdido.

En mis años de gloria estuve a la derecha del Rey. Su majestad y yo conquistamos muchas coronas, y siempre logramos alcanzar victoriosamente nuestras metas. Pero desde que me sometí a ella, la Dama me ha hecho semejante a los peones. Y ha debilitado mi espíritu y mi voluntad.

Antes yo poseía una corona hermosa, blanca como mi gente, con una gema redonda en la punta. Y alcanzaba enemigos lejanos en mi trayectoria inclinada, así estuviera en el extremo mismo del mundo. Puse en peligro a muchos, y soldados extraños de zarcillos de oro en las narices y pies descalzos, cayeron como polvo de trigo ante mi dominio.

Vencimos siempre, adivinamos el mal, nos llamaron eruditos y genios; pero ahora somos como harina que se esparce... y anhelamos el regreso a la gloria de donde vinimos.

Cantamos canciones del reino, siendo cautivos, para luego echarnos a llorar. Y nuestro llanto fue sentido y largo, hondo como el abismo de los mares y negro como la claridad subterránea.

Anhelamos volver a ver, y ser hombres dignos y firmes. Regresar de las lágrimas como los bravos caballos de batalla... a la legión de los alfiles.

Aunque nuestra hermosa Dama haya avanzado para darnos el jaque personal al corazón.

La gloria del hombre es limpia y lejana, muy exacta a la sombra de aquel que le formó:

La mano invisible que nos mueve como piezas.

Aquel que mira la Perfección con celosía, como si fuese nada, por encima de su hombro.

Ojos fijos

Adán regresó a la tierra de los vivos, escuchando los cirios danzar como delfines.
Tu espalda envuelta en ardores sofocantes: hallé nuevamente conocida esa tierra.

Seis de cada nueve lujos es pérdida de hielos, y los témpanos de piel huyen espantados;
como ojos nacidos inocentes, que en el delirio de tu belleza arden.

Lobezno corre en silencio, sus ojos pardos se iluminan.

La contemplación no falla.

Por signos errabundos que alcanza dormido.
En los incendios pasados conocimos la vena de nuestra especie;
Y la mordida prepara agazapado entre las hierbas crecidas.

No pudo ver hasta que demasiado tarde era:

Y el asalto de mi furia se desata en sus piernas consumida;
como los sueños que se apagan en las frentes de África.

Al silencio de mi penumbra dominada sigues en silencio.

Donde he venido a encontrarte.