venerdì 6 maggio 2011

La muerte de los caballos.

  Sobre las amplias gamas de la noche, se divisaban manchas grises de humo que flotaban como fantasmas. Estelas veloces herían la negrura y varias docenas de soldados se apiñaban tras la alambrada aparejada alrededor; el desastre se había aproximado en sus lentos pasos de ignominia, dejando despojos humanos regados como flores marchitas de otoño.

Amigos y enemigos de una misma compañía enfrentaban lo que sería la defensa del puente de Arleny, junto a la vieja ciudad blanca. La metralla les hacía resonar los oídos, y las detonaciones de respuesta eran lo mismo que son las sílabas a un párrafo: no tenían oportunidad de número en comparación.

En seis minutos los habían reducido a su séptima parte, y la infantería se abatía sobre ellos para desaparecer hasta el último.

Recordemos sus nombres.

Marco fue el décimo noveno que fue muerto; antes lanzaba granadas abiertas a las tanquetas alemanas; Raúl iba a ser un ingeniero civil en su natal Atenas; sus padres se mudaron a Grecia por una propuesta de trabajo, y Madrid quedó desierta en sus mentes. Ernesto, Nahil y Volska, que era llamado "Ruso", defendieron desde los pilares del puente y se marcharon gracias al cañón de la gran máquina que rodaba como un leviatán de la tierra.

Mauro se llevó consigo muchos alemanes, pero Normandía no pudo ver jamás sus proyectos de arquitectura: sin embargo, no fueron olvidadas sus grandes dotes humanas y la ayuda que ofreció en la guerra a sus hermanos de compañía; Miguel fue alcanzado por una bala en el pecho y a borbotones se le fue el alma por la herida. Sus hijos lo esperaron en puerto, buscándolo entre los heridos de guerra, y jamás lo hallaron.

Alessio el despiadado era francotirador y músico, terror de los enemigos de la paz. Filósofo y gran amigo, sus días terminaron en las arenas de aquella tierra. Sin embargo, sus obras perduraron y mucho después de que aquel milenio de cambios finalizó, fueron ensalzadas aún en los extremos más lejanos.

Con ellos se marchó Lorenzo y Juan, éste es el mismo que diseñó los tragaluces del panteón de Buenos Aires; Rino defendió a sus amigos desde la metralla, y para desgracia del arte quedó ciego. Fue llevado a los campamentos de concentración y murió de hambre y tristeza.

Las bombas estallaban, los gritos de dolor ahogaban el vacío, los miembros amputados; el mundo estaba a punto de marcharse con la pérdida de la vida.

No se ha contado en este relato que con los últimos cinco había un joven de cabello negro cuyo nombre desapareció hace mucho tiempo. Defendió la trinchera, pero ya asomarse para disparar era un suicidio. Su casco redondo tenía toda clase de abolladuras y sus ropas verdes estaban manchadas de barro y sangre

Al ver la sangre y el dolor de sus amigos, sacó una hoja de papel y cerró sus ojos. Todo se hizo silencio y sus pensamientos viajaron muy lejos de aquel lugar. Divisó como dormido a una hermosa joven de cabello negro y sonrisa impecable, de ojos oscuros como el infierno pero brillantes como el trono de Dios.

En sus pensamientos la besó, y recordó los buenos días de la paciencia, donde no existía guerra en Europa y soñaban juntos un futuro hermoso. En aquellos días fueron como es la cuerda para el laúd, y el oxígeno para el agua.

El amor es el más terrible de los fueros de los hombres.

Al pestañar, aquel soldado regresó al presente y con una estilográfica medio dañada escribió lo siguiente:

"Tengo el placer de haber encontrado tus manos en el mundo, tu suavidad en el silencio de mi vida. Extrañaré tus risas y tus juegos, y el fuego de las rosas que hallé en tu esencia. Irremplazable tus ojos en mi memoria; me marcho del mundo llevándome conmigo tus palabras de tranquilidad, tus labios y el conocimiento de tu limpio ser. Mi corazón late contigo... y hasta que deje de respirar te tendré conmigo. 1945.".

La nota no tenía firma, pero fue hallada en su cuerpo días después entre el desastre del puente.

Fue escrita en mármol en las tumbas de los héroes, y su amada la vio llorando en septiembre de aquel año y, aunque no tenía firma, supo que era suya. Y aunque el silencio de los fallecidos es indefinido, el amor es eterno.

Y estos dos amantes cuyos nombres han desaparecido de este relato, jamás volvieron a verse en esta vida. Pero continuaron como intrigas del anonimato, y los turistas que han visitado el mausoleo les han llamado Los Amantes sin Nombre.

Ese mismo año terminó la guerra, y la paz reinó en el mundo sin hacer desaparecer del todo las huellas y cicatrices del llanto de los artistas.