Poesías en español

 Oda al Queso
 

El chirrido de los cuchillos
contra tu forma espesa que se ultra-realiza,
 ahuecando talla, automáticamente, sobre lunas y beatos;

Santa Teresa de Jesús, te baila en sus pailas,
joyas dulces y amarillas,
con la carne, sin ella y por ella.
Repletos hasta las salsas
de pedacitos de semillas,
rojos, delirantes;

Dionisíaco, monarca de los metafísicos.
Realizados en políticas añejas,
admiraciones vinen de todas partes:
De cabras o vacunas,

¡Camembert del ocaso!

Hipercúbico, burro,
Sobre la sartén caes herido,
aguijoneado por la ley humana,
te crees un Guillermo Tell,
y sin morir, mueres sin saber qué boca te come,
o si al mar o al mi,
o al do agudo,
pasarás en la otra vida.




Ojos fijos


Adán regresó a la tierra de los vivos, escuchando los cirios danzar como delfines.
Tu espalda envuelta en ardores sofocantes: hallé nuevamente conocida esa tierra.

Seis de cada nueve lujos es pérdida de hielos, y los témpanos de piel huyen espantados;
como ojos nacidos inocentes, que en el delirio de tu belleza arden.

Lobezno corre en silencio, sus ojos pardos se iluminan.

La contemplación no falla.

Por signos errabundos que alcanza dormido.
En los incendios pasados conocimos la vena de nuestra especie;
Y la mordida prepara agazapado entre las hierbas crecidas.

No pudo ver hasta que demasiado tarde era:

Y el asalto de mi furia se desata en sus piernas consumida;
como los sueños que se apagan en las frentes de África.

Al silencio de mi penumbra dominada sigues en silencio.

Donde he venido a encontrarte. 






La soledad y la espera


Ante esos ojos impasibles, aburridos estanques eran.
¿Por qué entonces llueve de nuevo esa lluvia de enervo, y roble…
esa magia purpurina que no existe?
Cuando yo volvía, reparaba en que la falta era ver una esfera de agua
en la planicie fría, y esa definida cualidad de la levedad de la fresa.
Mordamos pues esa rosa, dijimos.
Y no había levantado mi mano, cuando helada la devolvía;
más fría que insoportables inviernos.
 
Tanto era su apego, que después del ferrocarril, se detuvo con las primeras luces.
La adoquinada fuerza de sus abrazos se escapó en la lluvia.
Lentamente bajó la cabeza.
Regresemos los pinceles a la estrella, dijimos;
Enseguida se retorció, como elefantes niños en las africanas estepas.
No me había olvidado de su duda cuando por fin aclaró:
Medio a medio descubrióse: “no me digas todas esas cosas”.
Silenciosa terminó riendo, loca, hecha de tierra como los vasos de Egipto.
Porque no quería que todavía se fuera.
Mordamos rápido, dijimos, y que luego nos gane la helada.


 Errores al costado

Perfume invisible.
El terreno que se desliza como un montón de pecas en el éter.
Reyes, coronas, férreos portones quebrados.
¿Adónde iré si tu esfera vacilase? ¿Adónde iré, y sobre qué brazos me llevarán?

Las flores blancas sobre el plateado éter,
Margaritas, jazmines regados...
El olor de la siega, apretada en las colinas altas
de tu cabello rizado.

Contando un sujeto de errores, de Marte in decima, conjunto a Venere in bilancia...
Como el silencio de las aves antes del roedor espectral
También llenos de polvo, a pesar de Dante.

Regad y rogad, si todos hacemos lo mismo.
No vinimos aquí a ser pulverizados, y sujetos a cadenas.
Somos seres negros, jugo de sangrantes naranjas.
Sangre de naranjas y macizos rocosos, jugos del ser.

Ha caído una roca en el pantano,
Llena de héroes... ha caído en el pantano una serie de enemigos.

Vacilante, perro de su dios, el tiempo.
Tic, tac, gatos de las plomizas agujas.

Click, clock, el registro redimido, revolucionado,
Rígido, recio, rápido, rosso...
Regio, radio eterno, risa de los dioses.

Requiem, Requiem en re menor, K 626.
Píntame tu esfera, muerde las cuerdas del piano.

Dies illa solvet saeclum in favilla.

“Hagamos una fiesta, que no está el rey en la casa”
Quantus tremor est futurus, quando judex est venturus, cuncta stricte discussurus.

Rogad, rogad el vino, regad y rogad.

“Rogad de no caer en tentación”.

Prefijo invisible.

¡Rogad y rogad!

Perfume de lo que ya no es:

Volante.
  
Líos al otro lado
Sentado de pudor enseña en el reino de los ayes.
Donde el señor naranja escala las castañas, las flores gitanas
de la Sierra Morena. El casco del caballo,
sea igual, Sancho; tu camino nos depara
toda clase de glorias vegetales.

Aquella señora, fiero amigo,
Su vida nos regala toda clase de esferas.

Toca la pierna, caballa...

¡Toca la flor, gitana!

Canta, la guitarra de la estrella y la sonata
Donde la espada que suda y baila, un par de tonadas
Reyes y esferas, ¡dale gitana!

¡La falda que danza, el giro animal, la rosa canalla!
Dale sus nudos y el pulmón no calle, ni se quede en el tintero
los gritos que para aquel calé,
el destino como loco te dispara.

¡Dale de comer, mujer! Dale la teta, que el dulzor
de tu leche es mejor que el vino, maja...

El calor y el color de Velázquez,
ese barbero borracho que su mula salva
¿Para qué morir si a vivir el cielo nos llama?

Qué bonita extraña canta esta mañana,
que limpia se ve desde la ventana la juntura de aquella montaña...
Al gran español

Viene bajando de los collados un hombre con sombrero de paja,
pasa con la alforja vacía a huír como el humo de la mecha;
hueco de hambre que se escuda y de fastidio exclama:
¡Qué calor hace, Clota!
A su amada como a una dea se encomienda;
loco, vaya usted a saber si a Quijote le resultó, o a Amadís,
la plegaria a la santa que tú, pintor, nuevamente esgrimes
con devoción a su merced.
“Más fue lo que hizo un loco por amor”, responde.
Viene y va el viento a soplar, escupe rocío,
Viene Sorolla que “puzza” de pintar en la playa.
Porque su quehacer abarca el ruiseñor y la estrella que posa en la espuma,
yo no sé si su color es mejor que el sexo en amor.
Seguro es que en el reino de los cielos goberna tu Dios
 y de los sauces ha mandado a caer llovizna de luz en aquella pomada
que de blanco a lo largo detalla y moja, y rehace.
 Con harina, miel y aceite de nuez, imprímala a la "gacha", señor;
a la mugre, a la red, al agua, haz con el color vivir: ya casi parece de verdad.
El laud no suena mejor que el rasgar de tu pincel.
Reunido junto a otros en tu tela encuentro más que a un pobre que
al negocio con la cesta hace las veces de un juglar,
a reposar y cantar la tragedia del pez que una volta su Dios
sirvió de comer al pobre morador.
Tal vez Quijote hizo quebrar su propia espalda y a gritos conjurar al genio enano;
Sancho “a putas” manda al destino y se burla del error
que en desdicha es aplastado por el hábil Joaquín.
¡Viva el pintor que se encarna, viva Velázquez, que es dios!
No esgrime Belleza tanta bondad
como en la paleta de aquel que delante del caballete,
en la Malvarrosa, pintaba a niñitos en flor.
La Fama
Dime, pintor, ¿por qué al morir has muerto a la edad de un juglar?

¿Por qué has soñado el silencio, por qué las cotas de malla?
¿Por qué al contenedor de esa pomada su cuello has ahorcado
y como a brujas has condenado el pelo en un pincel?

Amarrados están las voces y las horas:
Un sopor como aquel que a su Roma, hasta el cielo hizo arder
el vestido que en maderas ha clavado,
y en sinceras voces, bajo una capa de yeso,
su tela.

Y consigue fama
después de muerto.

“Raquel, que llora a sus hijos y no quiso ser consolada,
porque perecieron”.

Pintor, pinta el dolor actual, ¿o tienes los ojos cerrados?

“Yo pinto lo bello, porque pintar ya en sí es como sangrar”, responde.

La calle, la acera; una ventana abierta, un cuadro de rojo escarlata;
el período azul, el período rosa; la aurora en un lienzo napolitano,
un manchón en Favretto, un renglón en Arturo,
la Comunión en Rojas...

Un lector y un silencio, un montón de huesos,
ansias laceradas a cuchillazos, sucias cadenas,
zarcillos, pasteles humeantes...

Dime pintor, ¿por qué cuando pintas, reflejas tanto pesar?

“Porque pintar, para mí, es hacer el amor, y no existe placer
si no existe dolor”.



Lo que nadie ve
 De lirios estrella y amenas vistas era;
ibéricas lagunas de una cálida muerte nacida.
Cyrano el amante hace caer la pasión vasca;
con los ojos negros de penetrantes asfaltos; dos planetas en los ojos, sus pupilas.
Manos arrasadas de besos, de marchitas huellas de perla.
Tu salado aroma que se acumula en mis labios.
No le digas a nadie.
Robaré tu cuello donde morderé la vida de otras ángeles;

encontremos en secreto lo que todavía Dios no ha prohibido.
Baja tu voz todavía.
Viviste negros días en medio de ligeros metales;
cercaste algodones y las musicales ausencias.
Dime por qué es mejor callar; no sea que vuelva de nuevo
el óleo pálido y la arcilla.
Haz silencio.

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