giovedì 10 novembre 2011

El de fecundas ardides


Llena de veneno en la punta:
Dos veces poblada de puercos...
Ver a Laertes a punto de folía, cerca del siervo que devuelve pan y queso...
donde el arco del hijo es esclavo de los peces.

Que pretenden a Penélope adolarada, tejiendo de día y deshaciendo de noche
el labor que espera al rey de aquéllos, con más sueño que Aracne.
Abandonaron la patria, y las manos y esposas,
siguiendo al negro padre de Orestes, caro a Marte.

Veinte años para ver las deliciosas playas,
diez desde la caída de Ilión, de las puertas Esceas.
Donde Héctor muerto todavía, llora su hijo; donde ya no existe Eneas;
donde Pirro venga la muerte de su padre, y Tetis nombra antes de regar
los pies fornidos del Crónida.
¡Échalos a tierra, hazles morder el polvo! Porque no se dá fácil el beso una vez la has tomado.
Devuélvele el lustre, si tus dedos tocan sus plateadas arenas; y los pretendientes:
antes enseñoreados, sonrientes, vivos...
Comen el pan de los nietos y mujeres. 
¡Hazles pagar! ¡Que valgan todos esos ayes, tú que llegas!

Pues no es cosa fácil encontrarla, aún sin miedo a los monstruos.
Tú que perdiste a todos los fieles en las rocas de Escila,
lucha, soporta el juego de los númenes que sonríen de tus males...

Viaja y convierte esas dulces heridas, el frío y desnudez que los mares provocan.
¡Hermoso es aquéllo, una vez poseída, bañada de perlas, digna escuela
por quien por tanto pasaste...!

Todo sea para llegar a ti, Ítaca, ¡rara entre los dones todos!

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