martedì 31 gennaio 2012

La soledad y la espera





Ante esos ojos impasibles, aburridos estanques eran.
¿Por qué entonces llueve de nuevo esa lluvia de enervo, y roble…
esa magia purpurina que no existe?

Cuando yo volvía, reparaba en que la falta era ver una esfera de agua
en la planicie fría, y esa definida cualidad de la levedad de la fresa.

Mordamos pues esa rosa, dijimos.

Y no había levantado mi mano, cuando helada la devolvía;
más fría que insoportables inviernos.
 
Tanto era su apego, que después del ferrocarril, se detuvo con las primeras luces.
La adoquinada fuerza de sus abrazos se escapó en la lluvia.

Lentamente bajó la cabeza.

Regresemos los pinceles a la estrella, dijimos;
Enseguida se retorció, como elefantes niños en las africanas estepas.

No me había olvidado de su duda cuando por fin aclaró:
Medio a medio descubrióse: “no me digas todas esas cosas”.

Silenciosa terminó riendo, loca, hecha de tierra como los vasos de Egipto.

Porque no quería que todavía se fuera.

Mordamos rápido, dijimos, y que luego nos gane la helada.

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