Alzándose aquella loca, mujer como se sabe de 91 años de edad, entre las barbas de los prelados que asistieron a su funeral sin invitarla, dijo como si nada: “Vengan a mi solar, que os he preparado una cena”. Aquellos hombrecillos vestidos de negro se acercaron como elevados, parecidos en mucho a huevos fritos por sus calvas amarillas.
“No hemos querido ofenderla” dijeron a coro, y se remojaron los talones en jugo de salvia. La hipocresía dejó verse como sangre a borbotones: Excusatio non petita, accusatio manifesta.
La señora, sonrió con su sonrisa de Picasso, y les dió un plato a cada uno: clavos y panceta frita, y sin sentir pena religiosa declaró: “Al dios de vosotros, no he creído jamás”, y se metió en el bolsillo de la bata una foto de Fabrizio De Andrè.
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