venerdì 8 aprile 2011

Alma condenada.

Lo que ves a mi alrededor es la sangre de mi nacimiento; el mundo al revés en la incisiva mordida del aire en los pulmones acostumbrados a respirar de otro modo. El hecho de haber nacido de una mujer es determinante, pero no seguiré por mucho tiempo sometido a las dudas de esa extraña manera de existencia.

Cansado de tus miles de formas de frialdad, cansado de esas melodías de baratos contrabajos que emite tu boca hecha una trompeta avergonzante; cansado de esa helada burbuja de tu abdómen, he terminado por salir a una vida que es mucho menos digna. ¿Tengo que volver a mirar ese áspero cadalso de tu boca? ¿Hacia dónde mirarás tú si tengo en mis dedos tu palpitante Averno, ese camino salado lejos de toda virtud y felicidad? Bien me he equivocado de tu risa, que no es más que estupidez. De la luz de tus ojos, que no es más que el reflejo de los míos; tus ojos un par de espejos que no revelan nada de ti misma.

Mujer, que pensaste tener algo más de mí que la vida; qué lejos has venido a errar.

Por fotuna, hombre fui antes de haberme quitado la respiración.

Privarse de la vida no es otra cosa que pura ciencia socrática; y esto no es algo de lo cual los poetas renieguen demasiado en los días inconclusos y generalizados de esta época dorada de la senectud de todos los espíritus.

Más adelante vi un camino negro, donde el agua chapoteaba cayendo en chispas hirvientes y un montón de extraños caían a gritos rascándose las quemadas cuya longitud no borrará los beneficios de la eternidad. Seguí a pie por la calzada de roca, y los árboles negros emanaban un aroma nauseabundo provocando arqueadas mientras mi voluntad sostenía la nada de mi estómago de aire.

Mujer, ¿dónde te encuentras? Sácame de mi error y de mi filosofía, pues tu amor ha venido a condenarme; tu amor ha venido a juzgarme. Tu sencillo amor, tu gran cariño que he considerado toda mi infancia; esos pocos años que he padecido y que observé en el mundo de los vivos. Te he calificado, por haber sido hermosa; y en mi locura te he gritado la verdad en la cara: ¿Por qué eres tan santa?

He salido pensando en tu cabello oscuro y en tu manera de mirarme; los árboles jamás dejarán que termine de concebir tu hermosura en este lugar. ¡Pero te he dicho cosas horribles porque eres todo lo contrario! El antónimo de mis aseveraciones, eres.

Déjame volver a tu mundo y a tu esfera, y recibiré de nuevo un aire extraño y menos viciado que éste; aquí lo lúgubre nos hace hermanos, y la vaciada leche de sangre negra nos acompaña mientras miles de ojos escudriñan lo que no poseen.

Mi sangre corre por el suelo, llega pronto a salvarme y devuélveme la vida.

Enseguida una mano se apretó a mi muñeca; mi cuerpo inherte se elevó en unos brazos débiles y un perfume conocido. Me llevaron al hospital, y antes de darme cuenta de lo ocurrido, de lo que había intentado hacerme y de mi fracaso, vi aquellos ojos que juzgué vacíos y reconocí tu alma que no era un espejo sino un ente sensible en la contemplación.

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