mercoledì 22 agosto 2012

La Serie Daliniana

Lágrimas de vela

 

¿Dónde iré a sembrar
el cuscús producido en
los alambres?

¿Cómo, a comer sin más, sus rosas?

Son como aliños zarpantes,
sobre mares cabelludos, en la cerca
van a sudar caldos y excrementos políticos.

Terminan la siega, guerreando, sin sabor va el pobre
a relucir pétreas razas, corazones
de arcilla, polvos, azores,
con tijeras inmortales y titánica fermosura
enriquecen su colección de péntolas y botones.

No dejan ver sus aceras, espermas
de blancas velas;
como el Noto, ella sobre la barca
lloriquea sus guirnaldas,
sale a comer sin bosquejos ni prisas
el ámbar seco y prehistórico,
napoleónico y magistral,
sin prisas ni bosquejos.

 

Carcazas

 

Calores polvorientos, señales lucubrantes
que asan estrellas y el suelo moro
gateando les hace zarpar en busca de cantos y luciérnagas.

Polvos, ¡ay, señores!, si intentáis cazar los sonidos
ni con vuestras ligas ni resortes podréis en moldes
destartalados, roerles.

A cucharadas dicen renombrarse,
sin esperar las maderas rojas, una senda a pasos corre
y raja las cerámicas, confundidas esgrimen, sin titubeos,
asimétricas paciencias.

Pinceles remoja sobre ti, Dolotrenzada,
roza la rosa y espumea a carcajadas.

No tiene cejas, se curvea en súplicas boreales
antes de entonar en si bemol sus tenedores.

 

Valhalla

 

Junto a rines violáceos enciende la tea,
¡enciéndela, que tu dios garabatea estruendores!
Cuando el cielo talla, cureoseando contumaz
el violáceo consorte, corrompe castañas,
gira horrores y los fúlmines
ríen en su martillo de pléyades.

No oye razones, trenza cabellos y
sus bisontes grasos revolotean, revolotean...

Su paz, ¡oh, cuánto blanca estremece...!
de su buey caen pelotas metálicas, a valer si escupen
moretones.
Equivocados tanto como las fresas, pues,
justo antes fallecen
sin decir nada.

Los caballos corren esmaltados
sobre el ámbar de las flores,
cuando sin sueño caza y viene a luz a darse aires
de grandeza.

A limonazos eyacula truenos sonoros,
de la morada guerrera, osos que se asan
dando de comer a los estandartes
que no murieron una muerte de paja.


Rompe azares

 

Cartomante, especialista,
protagonista como espeluznantes santos; sus ojos camaleónicos
soportan a la bienamada hija, llamándola “Señores”,
con voz masculina y en plural, un sujeto
serpeante de alocución de calcaño, relojero
sin par, que vomita ruiseñores.

Disuélveles el prefijo
de sus óperas de cordones;
quienes las fresas hacen, empujadas a la fuerza,
como cerveza espumean, espumean...

No son de confiar.
Hacen la guerra en pantalones,
disparan como arrroz a sus árabes tapados,
que a estallar prefieren dar regalos,
chisporrotearse sobre ventanas, verjas,
engañados de venganza, antes que sufrir querellas y misiles.
No son de confiar, no son de fiar.
Acompaña hasta la puerta a los señores.



 

 

 

 

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